Escribo este post después de haber transcurrido una mañana entre jóvenes.
Una clase del curso de tapicería del Instituto Profesional AFOL de Meda: 18 adolescentes que han elegido ser tapiceros, sobre todo porque es una profesión que han siempre visto en familia, o en la comunidad o porque en sus vidas lo han decidido SER.
La oportunidad del encuentro me ha sido ofrecida por nuestro proyecto #divanoXmanagua, donde ellos trabajarán en el taller/laboratorio, a lado de nuestros Maestros artesanos, por algunas sesiones de trabajo compartido, como se informó anteriormente.
(Por esta colaboración entre nuestra empresa y la escuela, tengo una inmensa deuda de gratitud con el prof. Longo y con todo el equipo docente, que ha demostrado una inmediata compresión y una increíble sensibilidad).
Fui allí para dar un mensaje, pero me he percatado luego que han sido ellos a darme un fuerte mensaje.
Fuertísimo, porque fue expresado sin inútiles palabras.
Nos hemos mirado a los ojos (he querido presentarme a cada uno de ellos, en sus mesas) y – además de las recíprocas presentaciones, para mí de veras interesantes – he leído en sus miradas un pedido atento, un deseo de trabajo en el sentido más alto y noble del término, el trabajo que te da un lugar en el mundo, te realiza, tal vez por la profesión del padre o el abuelo.
Estos jóvenes están al mil por ciento, están preparados, son activos, capaces y receptivos.
A la salida de la escuela me quedó clara una cosa: aquel con la lección de aprender era yo, soy yo. Somos nosotros.
Una lección donde la materia de aprendizaje se llama futuro. ¿O debería decir futuro artesanal?
Ahora, después de la escuela, hay que hacer las tareas.
El que significa no decepcionar las expectativas presentes en estos chicos, no sólo con #divanoXmanagua – proyecto difícil pero limitado- sino en la sociedad, dónde no podemos permitir que una capital humano tan importante sea desperdiciado, o usado mal.
Si no logramos hacer esto, sucederá una cosa muy simple, e irreparable: seremos con firmeza desaprobados, por nuestros hijos.
Filippo Berto